(Cuento)
Dio dos pasitos más aproximándose a la silla que estaba más cerca de la mesa; su corta estatura le impedía aún ver lo que sucedía encima de ella, se empinó un poquito más, y terminó por subirse en la silla. Todos sus movimientos habían sido suaves y discretos, cinco añitos, tal vez seis, tenía Marianela (para todos Neli), y su figurita poseía una gravedad casi impropia de su edad; en su rostro había siempre un aire de interrogación y una sombra de tenue tristeza la envolvía dándole un aspecto de reflexión y extraña paz.
Su presencia apenas se habría notado de no asomar su cabecita por encima de la mesa, y fue entonces cuando vio algo completamente nuevo para ella, aquel cajón de la escribanía de su padre, el que estaba siempre cerrado o del que a lo sumo, solo veía meter o sacar cosas que nunca distinguió bien, estaba allí encima, todo al descubierto ante sus propios ojos; su padre manipulaba en él, y este, mostraba su exuberante vientre repleto de los más extraños objetos que Neli hubiese visto nunca. Enseguida distinguió a un lado, aquella preciosa hucha en forma de estuche, con su llavecita, que le habían dejado los Reyes Magos el año anterior y que su padre le pidió para guardar el dinero, imposible, que ella hubiera pensado en negarse, el respeto y su timidez se lo impidieron, pero con cuánta ilusión lo hubiera querido conservar ella!... a otro lado había monedas de níquel pasadas por un cordón, esas las conocía, pero a su lado sueltas y en una caja destapada vio monedas rarísimas que no había visto nunca, tampoco podía leer las inscripciones que llevaban, ella leía muy bien, pero algunas de aquellas letras las desconocía; también estaban aquellas tabletas de chocolate tan rico del que alguna vez le daban un trocito, luego papeles en mazos cogidos con grapas, más papeles sueltos, cajas con plumillas, aquella brújula que le tenía robado el corazón, una gran lupa como las que usan los detectives en las historietas... y muchas otras cosas en una confusión increíble. Su padre parecía estar poniendo orden en todo aquello; a un lado desechaba todo lo que parecía no tener ya valor para él, papeles arrugados, sobres rotos, pequeños trozos de cosas irreconocibles para Neli, y al final la hoja vieja de almanaque que había servido de fondo al cajón.
- Puedes tirar eso, le dijo su padre.
Neli, que había estado temerosa de que le riñeran por tocar algo, se alegró de poder remover aquellas cosas que siempre le habían estado vedadas, y aunque no eran las que le hubieran gustado ver, supo sacarles provecho. Había un sello muy bonito en un sobre y dentro de él un precioso forro de papel azul transparente que al mirar a través suyo parecía estar viviendo en un mundo irreal de cuentos de hadas, miró todo a través del papel como extasiada... Luego vió a su padre tomar la lupa; cuando terminó, le hizo tanta ilusión mirar también, que con voz temerosa consciente de su atrevimiento, se la pidió.
- Toma, pero ve con mucho cuidado, se te puede caer y romper.
Neli era cuidadosa pero todavía puso más cuidado al tomarla. Miró su sello con todo detalle ¡qué de cosas vió que no se apreciaban a simple vista! ¡parecía imposible que en un trocito tan pequeño hubieran podido hacer un dibujo tan complicado! luego vió cómo se desplazaban las letras al pasar la lente y no pudo comprender por qué, sólo entendía el que aumentasen de tamaño, el desplazamiento le resultó misterioso y enigmático. Le pidió su padre la lupa para guardarla ya, y Neli volvió a sus papeles. Fué entonces, cuando vió salir entre ellos una punta oscura y fea, Neli tiró de ella, la desdobló con cuidado y aunque vieja y fea, era un billete de una peseta, Neli jamás tuvo una pero las conocía muy bién, las había visto a menudo, en manos de los mayores, y a la criada cuando iba a la compra.
- ¡Mira, papa, una peseta entre los papeles viejos!
- ! Ah muy bien, mira que listilla, puedes quedártela para tí, yo no la hubiera visto.
Neli, se quedó sin respiración; miró perpleja a su padre lo besó y corrió a buscar la cajita donde guardaba su dinero; había dos céntimos. Los domingos le daban diez céntimos y en alguna ocasión extraordinaria hasta un real. Cuando recibía la monedas de a céntimo, se convertían en un montón que casi no cabía en su manita, y ahora ¡una peseta entera! y ¡de papel! para ella sola; no podía creerlo, la miró y remiró dentro de su cajita como un tesoro.
Pensó en ir a decírselo a su amiguita Matilde, pero luego desistió de la idea pues no quería darle envidia, a ella sólo le daban cinco céntimos los domingos. En su cabeza empezó a bullir todo lo que podría comprarse con tanto dinero; ya podría ser suya aquella muñeca recortable con sus vestiditos que con tanta ilusión miraba en la parada que ponían los domingos para los niños; se había pasado muchos ratos mirándola, hasta sabía lo que costaba: veinticinco céntimos; le quedaban pués, para el cuento de hadas que valía otros veinticinco, y otro tanto para el abanico de la suerte, que al posar el dedo con los ojos cerrados sobre los dibujos te decía lo que te esperaba al levantar el dedo y ver lo que había debajo; le quedaban aún otros veinticinco para caramelos, barquillos, un sobre sorpresa, un lazo, cromos, y Diós sabe cuantas cosas más que pudiera ver...
Sin tardanza Neli, con la cara arrebolada por la emoción, fué a contarle a su madre la feliz noticia. Su mamá se alegró muchísimo y escuchó los planes ilusionados que Neli tenía para gastar su dinero, acordaron que el lazo de color rosa iría mejor con el vestido nuevo.
La mamá de Neli, miraba complacida la alegría de su hija, era una niña muy emotiva, pero al mismo tiempo retraída y se manifestaba pocas veces con tanta espontaneidad; tampoco era corriente el gesto de su esposo hacia la niña; solía tratar a sus hijos con bastante osquedad y los rasgos generosos no eran muy frecuentes en él; los primeros tiempos de posguerra hacían más insólito el hecho, puesto que, quedó sin valor el papel moneda, y sólo podían servirse de billetes de escaso valor y las monedas acuñadas en plata y cobre. Eran tiempos de escasez para todo el mundo; pobres y ricos estaban igualados. Se dependía de los primeros puestos de trabajo que iban surgiendo y que se pagaban con el nuevo papel moneda.
Estas reflexiones y el recuerdo de las penas sufridas pasaron por la mente de su madre entristeciéndola, pero volvió a reanimarse al ver el risueño rostro de su hija.
- Dentro de un rato, Neli, tendrás que traer la leche -dijo su mamá- la chica está muy ocupada.
- Si, mamá, guardaré mi dinero y enseguida voy, contestó Neli diligente.
Neli tomó la lechera y se fué a hacer el recado; no iba casi nunca, aquel día no le importaba ir en vez de quedarse a jugar, lo vivía como entre nubes; sólo pensaba en el domingo próximo, para ir a las paradas de la plaza que ponían para los niños sólo los días de fiesta; eran también uno de los pocos sitios donde todavía aceptaban las pequeñas monedas de cobre de un céntimo, en los demás sitios sólo admitían las de cinco como mínimo. Los pobres también las aceptaban con más o menos gusto, y éstos y los niños eran los únicos que las usaban.
La leche pesaba mucho, la lechera la había dicho que su mamá le encargó dos litros diarios durante todo aquel mes, Neli pensó que su hermanito pequeño necesitaba cada vez más, se estaba haciendo muy mayor y comía cada vez más; alguna otra ocasión en que también trajo la leche, no recordaba haber traído tanta; a este paso, pensaba Neli, con lo que crecía, pronto andaría y podría ir por toda la casa y jugar con ella. Claro que tal como era ahora le parecía el niño más precioso del mundo, Neli lo quería mucho, pasaba horas enteras viéndolo patear en su cunita, disfrutaba mucho cuando su mamá se lo dejaba tener un ratito; pero cuando Neli llegaba al éxtasis era cuando se lo dejaba balancear para dormirlo. Ella se sentaba en su pequeña mecedora, su mamá se lo ponía en los brazos recién comido y límpio, y ella podía tenerlo meciéndolo hasta que se durmiera. !Cómo disfrutaba entonces Neli! con sumo cuidado iba moviendo el balancín rítmicamente y entonaba en voz queda y arrulladora todas las canciones que sabía, trataba de hacer lo mismo que su mamá aunque, desde luego, las canciones de su madre eran mucho más bonitas. Al pequeño, después de todo, no parecía importarle mucho, pués normalmente al poco rato se quedaba dormido; su mamá entonces se lo recogía de los brazos con mucho cuidado y lo trasladaba a su cunita. Otras veces, si su mamá tardaba en darse cuenta lo tenía dormido entre sus brazos durante mucho rato, le pesaba y a veces, se le dormían los brazos y las piernas del peso, pero eso no le importaba a Neli, en su pecho nacían unas sensaciones maravillosas que le impedían sentir cualquier otra cosa; era su hermanito, su hijito, su muñeco, su tesoro... alguien a quien proteger y cuidar... un muñequito de carne y hueso que se movía, que la conocía y reía nada más verla e incluso al oírla... Todos esos sentimientos se agolpaban en aquellos momentos en el pequeño gran corazón de Neli que la embargaban por completo haciéndole pasar sin sentir...
¡Cómo pesaba la leche! el asa se le clavaba en la mano, se la tenía que cambiar constantemente de mano, mientras miraba el surco que el asa había dejado en una de ellas, no vió la piedra que surgió ante sus pasos, tropezó y se cayó... Neli, no pensó más que en recuperar la lechera, estaba volcada de un lado y al recuperarla rápidamente, vió que en el fondo todavía quedaba la suficiente para que pudiera tomar su hermanito aquella noche, esto le alegró y no pensó en nada más, no vió su rodilla sangrante, sus manos raspadas por la tierra ni su vestido manchado; una nube pasó por sus ojos cuando pensó lo que pasaría al enterarse su padre, se enfadaría mucho, seguro, y hasta puede que le diera un cachete, pero lo sufriría todo, aquella leche que había podido salvar para su hermanito le compensaba todo, su mamá también lo comprendería así, Neli lo sabía, es más, estaba segura de que a ella le alarmaría más el que se hubiera caído que la lecha perdida.
Llegó a su casa, su mamá se asustó mucho al verla llegar de aquel modo, Neli le explicó lo ocurrido pero, añadió presurosa que había podido salvar algo de leche para el niño. Su madre la miró sonriente y comprensiva, penetraba perfectamente en los delicados sentimientos de su hija; aquella sensibilidad excesiva, impropia incluso de su edad le haría sufrir en la vida ¡bien lo sabía ella! y trataba de mitigarla lo más posible; Neli sería seguramente extraordinaria de mayor, posiblemente una gran artista o una gran pensadora... la curó y lavó con esmero.
- Quédate ahora en tu habitación, Neli, -le dijo su mamá- pronto vendrá papá y temo que no lo tome muy bien, no sé si podré pasar sin que se entere. Puedes estarte con el niño que gracias a tu rapidez tendrá su leche.
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- ¡Cómo que no hay leche? ¿Qué la ha derramado toda esa criatura? Ya veo que nunca sacaremos provecho de esa niña con la cabeza llena de fantasías.! Claro, se lo consientes todo! Seguro que no le has dado un buen correctivo -clamó el padre de Neli dirigiéndose a su madre- a esta clase de crías, ya sé yo como tratarlas. Llámala enseguida.
- Está durmiendo al niño, hombre, déjalo para mañana.
- Que la llames he dicho.
La madre de Neli la encontró dormida junto al pequeño, su carita estaba sonriente y parecía soñar, tenía una manita asida a la del niño y en la otra sostenía apretada aquella cajita donde guardaba sus céntimos y su nuevo tesoro, aquella peseta que tanta ilusión le hacía.
Neli apareció frente a su padre. Venía aún deslumbrada por su sueño. Se había visto ya en la mañana del domingo, su hermanito, que había crecido mucho, ya andaba; estuvieron juntos en Misa y luego ante los puestos de golosinas, su hermanito y ella habían comido dulces, tenía aún como un sabor en la boca; vieron también los cromos y aquella linda muñeca recortable con sus vestiditos, hasta tenía el permiso de su mamá para usar las tijeras... en ese momento, la despertó su madre.
- De modo que la señorita se entretiene jugando cuando la mandan a los recados y no se preocupa de cumplirlos bién, seguro que te habrás encontrado con tus amigas, y de lo que menos te has acordado es de guardar bien la lechera. Ya verás tú como de ésta te escarmiento yo.
Los ojos de Neli completamente abiertos, redondos y transparentes, miraban sin comprender del todo; un estremecimiento sacudió su cuerpecito, ¡estaba tan metida aún en su sueño! y ¡tan calentita en la cama con su hermanito! quizá sólo era por esto, o puede que su almita sintiera algo más que el frío...
- Para que luego te vayan a tí con bondades, -rugió el padre- ya haré yo que te acuerdes de ésto, y de cumplir como las buenas; ya pensaré lo que haré contigo, y de momento, devuélveme el dinero que te dí esta tarde.
Los ojos de Neli se abrieron un poco más, todo el rato habían mirado muy fijos, ahora los bajó mirando al suelo, dió media vuelta, fué a la habitación y de su cajita sacó la peseta mugrienta y descolorida, perfectamente doblada por sus deditos. La dió a su padre.
Los ojos de Neli, seguían redondos y transparentes, cuando su cabecita apareció de nuevo recostada sobre la cuna de su hermanito.
Barcelona 29-V-71
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