diumenge, 16 de gener del 2022

La ofrenda de Ibrahim

Decididamente, las cosas no iban como siempre en la carpintería de Bardoqueo, aquel día todo estaba revuelto y nadie ponía la debida atención a lo que hacía. Ibrahim, su hijo, había estado a punto de cortarse un dedo al aserrar un simple madero y el mismo Bardoqueo, a duras penas, pudo concentrarse para terminar la consola que debía entregar a Marco Quiterío, uno de los romanos que vivía en las quintas que salpicaban la colina de blanco junto a la guarnición militar. Y es, que no había para menos, la noticia se había propagado con gran rapidez, todas las aldeas del contorno estaban en revuelo por la inusitada nueva que corría de boca en boca. ¡Se había aparecido un ángel a un grupo de pastores, anunciando el nacimiento del Mesías! ¡El Mesías tan esperado... y en una colina cercana!

Los planes eran muchos, habían acordado reunirse varios grupos de vecinos con los pastores al atardecer, en el huerto de Nathán, para ir juntos a verle, adorarle y llevarle su adhesión y afecto; muchos de ellos preparaban obsequios y presentes, cada uno lo mejor que tenía.

Ibrahim también preparaba su obsequio, una estatuilla tallada de madera como las que hacía su padre y que había empezado esa misma mañana. Las tallaba de todos los tamaños, pero siempre muy parecidas, la que tenía ahora entre manos sería sin duda la mejor...

Ibrahim tuvo que dejar su talla, tenía que llevar el encargo que su padre terminara a la casa romana; contrariado, pero obediente, Ibrahim caminó rápido hasta llegar a la quinta. Quedó maravillado ante el magnífico pórtico de mármol blanco. Como entre sueños, pasó entre las níveas estatuas de dioses paganos, venus, amorcillos, sátiros y tritones manando agua. ¡Esto sí que eran esculturas, qué distintas a las que estaba acostumbrado a ver! Si él pudiera hacer algo parecido con la madera...

Entregó su encargo y regresó rápido, le faltaban aún dos o tres horas para terminar su estatuilla y tenía una idea que la mejoraría...

o  O  o

Entre fulgores nunca vistos y cantos de dulzura celestial, nimbado por ángeles y estrellas, destacaba en la noche oscura la entrada del portal.

Conocía el lugar, pero qué distinto estaba esta noche, parecía talmente un trozo de cielo, igual que lo describían los salmos proféticos que oía en la Sinagoga. No cabía duda, ¡era el Mesías!

Brillando como el oro, unas pajas sostenían un bellísimo Niño recién nacido, a su lado una figura de hombre y su Madre, acogían y sonreían a los pastores que adoraban a su Hijo de rodillas; otros entregaban sus ofrendas, lo mejor de sus rebaños o unos simples quesos y frutas...

Ibrahim se adelantó, era su turno, con mano temblorosa entregó su estatuilla a la Madre, estaba orgulloso, le había salido una obra maestra, nunca había hecho otra semejante.

Nunca olvidará, Ibrahim, la inefable sonrisa que Ella le devolvió al recoger la ofrenda.

La Virgen María con un hábil y discreto gesto, tapó la estatuilla con la punta de su manto.

Purificada por la intención, medio tapada por su túnica yacía a sus piés, una mórbida venus pagana...


Concepción Manzano

16/11/69

[Mecanoscrit]