Una vez oí decir una adivinanza que me dejó el pensamiento perplejo y pensativo. ¿Cuál es la cosa -decía- que cabe en la mano y nos puede conceder todos nuestros deseos? Mi imaginación voló sobre distintos objetos que como mitos perduran en la mente de los hombres: la antigua piedra filosofal, el exótico genio de la lámpara o la botella o la varita de las virtudes que la tradición pone en las manos de las hadas... Nada de esto era cierto, la verdadera respuesta era mucho más prosaica: el dinero.
Después de la sorpresa que me produjo tan concreta solución, mi espíritu idealista, poco dado a las concesiones materiales, tuvo que reconocer sin reserva alguna que la solución era rigurosamente exacta. Con dinero se pueden surcar los cielos en potentes reactores, ir sobre las aguas en lujosos transatlánticos, codearse con las más altas esferas, lograr puestos influyentes, enamorar bellas damas, poseer obras de arte, adquirir blasones, lograr más dinero...
Naturalmente, hay una leyenda negra contra los ricos y la riqueza; el dinero no da la felicidad y que en muchas ocasiones trae la desgracia. También hay una cosa que parece ser más difícil para los ricos: entrar en el Reino de los Cielos... Este es el verdadero peligro, pero este impedimento parece deberse más que a la riqueza en sí, al endurecimiento del corazón que suele producir su contacto. El dorado metal suele ser incompatible con sentimientos humanitarios y parece sofocar toda idea caritativa, cosas ambas imprescindibles para entrar en la Gloria.
Pero si se logra salvar este escollo, si el corazón se mantiene tierno y jugoso, (y ésto es más sencillo lograrlo con dinero, pués los más aseguran que lo que realmente endurece el sentimiento son las privaciones, el sufrimiento, los fracasos y miserias) el dinero, es un factor que indudablemente sirve para conseguir con más felicidad, nuestro bienestar, dicha y felicidad.
Así está desde antiguo en la mente de los hombres, que no en vano, se afanan y desgastan las energías en conseguirlo y acumularlo en la mayor cantidad posible.
De todas formas, el trato con los caudales parece ser realmente peligroso y revestir unas características especiales, pues en cualquier otro asunto, lo contrario a un exceso es una virtud y con el dinero ésto falla, pues si un hombre lo gasta, se le llama despilfarrador; y si lo guarda es un ávaro. Si lo anhela, es un ambicioso. Si lo desprecia, carece de ambición. Si lo obtiene sin esfuerzo, es un parásito. Si lo negocia, es un explotador capitalista. Y si lo obtiene después de trabajar durante toda la vida, es un pobre hombre que no supo gozar de la vida...
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