El atardecer quebrose
en gris y pardo dorado,
cuando en mi casa adentrose
la sombra de mi adorado,
y en ella, manso quedose.
A su paso se dispuso
con anhelante contento,
la casa que es de mi uso,
y el expectante portento,
en ella quedó recluso.
En vano ya pretendía,
con mi torpe y lento paso
hacer lo de cada día;
pués del alba hasta el ocaso
mi alma a sus piés rendía.
Si nunca mi vida fuera
de saber vivir ejemplo,
con lo que ahora viviera
convertida en rudo templo,
por más vana la tuviera.
Su presencia rebosaba
límites de humana ciencia;
y si amante me miraba,
daba y curaba dolencia
que mi alma traspasaba.
No fuimos dos, fuimos uno
en arcangélico viaje
y en mi pecho de consuno,
su Faz me quedó en tatuaje,
y yá no tengo viraje:
o me sume, o lo consumo.
Barcelona, 4-XII-77
[Manuscrit i mecanoscrit]
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