En el mundo administrativo procedente tanto de las finanzas como de los negocios, ya sea a grande o pequeña escala, se realizan estos días de final de año, los balances finales o comprobaciones de las operaciones que se han venido haciendo durante todo el ejercicio. Escuetas cifras, van apareciendo dando una idea clara y concreta, de lo que han producido, o dejado de producir, las actividades llevadas a cabo durante los largos doce meses anteriores.
El Haber y el Debe, cobran inusitada importancia, y hacen destacar en grandes letras rojas y negras, lo que ha entrado y salido, vendido o comprado; en una palabra, ganado o perdido. Si entró más que salió, si superaron las ventas, si el Haber sobrepasa al Debe, indudablemente el trabajo fué bueno y fructífero, nos invade el contento y la satisfacción y nos disponemos a empezar un nuevo año con renovado entusiasmo. Las ideas optimistas nos hacen pensar que en lo sucesivo esta Haber se verá aumentado en los posteriores balances. Este es pués un balance concreto y susceptible de ponerse en cifras; pero hay otro balance que afecta a todos y no sólo a los negociantes, un balance que deberíamos hacer todos y ninguna fecha más propicia que estas en las que finaliza el año; es el balance de nuestra consciencia, de nuestro corazón, nuestros sentimientos, nuestra dicha, nuestra inteligencia, en una palabra, nuestra vida.
Con él, ponemos sobre el tapete, si hemos cerrado nuestro corazón a los demás como lobos solitarios, o les hemos hecho partícipes de nuestra fraternal ternura. Si acogimos la oportunidad de la entrega generosa a un amor o permanecemos fieles al que ya tenemos, o, por el contrario, nos encerramos en el cómodo egoísmo de nuestro yo, o, todavía peor, fuimos sembrando el dolor a nuestro paso veleidoso e infiel...
Si ya plantamos aquel árbol, escribimos aquel libro, o engendramos aquel hijo que parece ser necesario para justificar un digno paso por la tierra. ¿Estuvimos inmóviles, inoperantes y sin fruto? ¿Fuimos más felices? ¿Hicimos más dichosos a los demás? ¿Nos superamos, fuimos mejores, más buenos, más santos? ¿Aprovechamos mejor nuestros dones, inteligencia, entendimiento, voluntad, generosidad, etc. que en años anteriores?
De estas preguntas y sus respuestas saldrá nuestro balance moral. Pero ¡ojo!, estos dos balances, el administrativo del que hablábamos y este moral, se miden de muy distinta manera, son antagónicos: en el primero gana el que más recibe; es este último, gana el que más dá...
[Sense data, estimat dels 1960/70s, Original mecanoscrit]
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