diumenge, 24 de juliol del 2022

Los derechos de la mujer

 Bajo el lema común de "Los Derechos de la Mujer", sale a la luz este nuevo boletín, en que se recogen diversas voces, ya en prosa ya en verso, de un tema tan candente. Sobre el mismo, se han escrito ya innúmeras cuartillas de plumas cualificadas. Expertos en derecho, legistas y humanistas desde tiempos ha, se ocupan del asunto con argumentos cada vez más acordes con la razón y la propia naturaleza humana.

El tema no es nuevo, ni mucho menos; por la historia, tanto profana como religiosa, y las leyes de distintas épocas y países, podemos ver como la mujer ha ido siempre (salvo notables excepciones, de las que hablaré más tarde), luchando por abrirse camino a través de una maraña de injusticias y desigualdades de trato, para equipararse a las prerrogativas de que parece disfrutar el hombre y los derechos que se irroga por el mero hecho de serlo. Derechos estos, que a la mayoría de las mujeres, nos gustaría saber cuándo los adquiere el hombre y, sobre todo, cuándo los habíamos perdido las mujeres...

Si no recuerdo mal, y en el Libro de los Libros, hay constancia incontestable de ello, parece ser, que en el Paraíso, no había diferencia alguna entre las prerrogativas de Eva y Adán; es más, parece deducirse del texto sagrado, que las iniciativas las tomaba más bien ella. No voy a sacar a relucir aquí, una acción cuyas tristes consecuencias pagamos por desgracia todos, pero, por lo que a la idea inicial de decidir se refiere, no parece que nuestra Madre Eva se considerara dependiente de Adán para tomar iniciativas, y no siguiera se puede atisbar una actitud supeditada a él, en el mero hecho de consultarle sobre la conveniencia o no, de comer el fruto prohibido. Se ve, más bien, una actitud de colaboración, de igualdad, de tú a tú. Después de la caída, sí que ciertamente, parece que Dios supedita la mujer al hombre diciendo que este la dominará, pero ¡ojo!, no que sea inferior en este orden de cosas; se les quitan tanto a Eva como a Adán los dones especiales y sobrenaturales de que disfrutaban; en el orden natural lo que les ocurre es un cambio cualitativo de su paradisíaco bienestar que ven trocado en una vida dura supeditados ya al trabajo, el dolor, la enfermedad y la muerte. Por otra parte, la supeditación bíblica de la mujer al hombre, y los hijos, no parece ser tan fuerte ante el sinnúmero de responsabilidades que lanza el Altísimo sobre la cabeza de nuestro primer padre, sudor, trabajo, ganarse el pan para él y su compañera de fatigas etc... etc...

Como no quiero salirme del tema, y pretendo mantenerme en el tono de igualdad y paridad de derechos de hombre y mujer, no voy a resaltar lo que de positivo haya en esta última, que permita adivinar, o incluso, demostrar, que algunas de sus cualidades, o naturales predisposiciones, pudieran rebasar las equivalentes masculinas. Me voy a permitir tan solo recordar, (como decía antes), algunas manifestaciones de poderío femenino a través de la historia.

Parece ser, que en la más remota antigüedad, en la tribu prehistórica, hubo ya largos períodos en los que rigió la mujer, a la que algunos historiadores de renombre, designan con el inicial sustantivo de HOMBRA, de que fácilmente se atisba el derivado; si esto fue así, los principios del concepto, son ya muy dudosos...

Recordemos también, aunque sea de un modo rápido, las mujeres amazonas, las sacerdotisas, las vestales, verdaderos estados de privilegio, y los matriarcados que han existido en todos los tiempos, y de los que todavía quedan residuos en numerosos países de la actualidad.

Reinas han existido siempre desde la antigüedad, en pleno ejercicio de sus funciones, y en algunos casos, María de Molina, Blanca de Navarra, Ysabel de Castilla, por no citar más que sucintos nombres y ejemplos de nuestra propia historia, con tanto o más acierto, que sus contemporáneos masculinos.

Sin pretender, pues, nada más que hacer sonar nuestras humildes voces en un tema tan antiguo como actual, y sabiendo de antemano, que la solución tampoco depende de nuestras cuartillas, ponemos nuestro granito de arena, cada uno según sus fuerzas, con la mejor voluntad en este problema que tanto afecta a la mitad de la humanidad por lo menos.

Yo, aunque mujer o, tal vez por serlo, prefiero darle al asunto un giro más poético, llamar a la razón y hacer hablar al sentimiento

Si me diste el corazón,

¿por qué huraño y mezquino,

siembras luego en mi camino

injusticia y sinrazón...?

 

                    Conchita Manzano.

[Mecanoscrit] [Estimat de 1972]