¡Ay, mi amada codorniz!
¡Ay, mi grácil golondrina!
¡Ay, mi amigo colibrí
y mi admirada abubilla!
Como vosotros cubrí
con mis alas MI NIDADA
y con mi celo y mi fiebre,
me pasé noches enteras
solitaria bajo el cielo,
cobijando a mis polluelos.
Aquellos chicos embriones
que rasgaron mis entrañas,
les di también con amores
mis más ardientes desvelos.
Como a niñas de mis ojos los cuidé,
mi alimento para ellos solo fue,
no hubo risco,
no hubo peña,
no hubo pico
que aunque mis alas rompiera no escalé,
llevándoles todo aquello que cacé
y así hubo,
y así creció,
y así tuvo
con qué comer MI NIDADA.
Fue lento el aprendizaje
para empezar a volar
e intentos de aterrizaje
para su presa cobrar.
Más una vez empezaron,
con alegría y presteza,
al espacio se lanzaron
y ... ya no volvieron más...
¡Ay, mi amada codorniz!
¡Ay mi grácil golondrina!
¡Ay, mi amigo colibrí
y mi admirada abubilla!
Como vosotros hacéis,
también dije a mis polluelos
que había, llegado el día,
que cumplir la obligación
de unirse a la bandada
siguiendo la emigración.
No creyendo a sus mayores
pensaron con fatuidad,
que otros lugares mejores
se abrirían a sus sueños
e infantil ingenuidad.
Aquellos chicos embriones,
que rasgaron mis entrañas,
llevan hoy, entre sus picos,
los jirones de mi alma...
M.ª. Concepción Manzano. / BARCELONA-21-VI-77
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